ENREDADA:
ESTA ES
MI HISTORIA
Enredarse y salir de los enredos es
un arte complejo. Y andar enredando a otros es ya toda una filigrana. Pero
también, como todo arte, ¡¡un placer!!
Siempre fui una “enredanta”, o una “lianta” como me decía mi
familia. Alguien me llamó también “De-lia-nta”. Luego supe que en
valenciano se decía “enredraora”, y me gustó, por eso he titulado así mi
historia.
Desde bien pequeña andaba enredando
y liándome en cosas... liaba a mi madre para que nos hiciera comida a todas las
amigas, o me invitaba a casa de ellas, o en las noches de verano aquello de
“mamá, no me hagas bocadillo que ya me lo ha hecho la señora Pilar”, o “¡déjame
que me quede a dormir!” o “esta noche se queda la Eli, díselo tú a su madre que
si se lo dice ella no le deja”..., lógicamente, la gran mayoría de las veces no
nos dejaban, para esas ocasiones habíamos ideado una especie de código que nos
transmitíamos a través de la pared de nuestros dormitorios. Y si no a mi abuela
Carmelina ¡cómo la liaba a la pobre! Tenía que hacer verdaderos esfuerzos por
no caer en mi red.
Todo el tiempo andaba liada o liando...
a mi hermano lo enredaba de tal forma que acababa haciendo lo que yo quería
¡qué bueno mi hermano! O a la pandilla para que jugásemos a lo que yo me
inventaba, “gobernanta” me llamaban ellos, y razón tenían! Ya me las
arreglaba yo para convencerles!
En esos años se formaron otros líos
en mi vida que no fueron precisamente ideados por mí, y que, aunque recuerdo
vagamente, no me dejan buen sabor de boca. Eran los líos de mis padres, que
producían en mi cabeza y en mi corazón ese otro tejido de sabores amargos y
densos...
Mi padre era camionero y viajaba
mucho, a veces durante semanas. De hecho cuando yo nací él no estaba en casa, y
cuando le dijeron que el bebé era una niña, no tuvo prisa en venir a verme
¡tenía que haber sido un niño!
Y como eran habituales esos largos
viajes no diferenciaba cuando las ausencias eran por trabajo o por problemas
entre él y mi madre. Hubo varias de esas (según me contaron después), pero sólo
recuerdo una ocasión en que me mandaron a la tienda (tendría yo 5 años) para que
no viese que mi padre se marchaba. Pero llegué antes de que él se fuera, y se
despidió de mí llorando y abrazándome de un modo que no acostumbraba; al entrar
en casa mi madre también estaba hecha un mar de lágrimas, y mi tía consolándola
“¿pero qué pasa? ¿por qué lloráis? ¿por qué se ha ido el papá llorando y con la
maleta?” No recuerdo si obtuve respuestas... pero sí la sensación de que ese
viaje no era como los otros. Mi mente y mi corazón no supieron salir entonces
de aquel enredo.
Esos años fueron también el tiempo
de una incipiente responsabilidad, sobre mí, sobre mi hermano y sobre mi madre
a quien el médico recetó reposo casi absoluto por una grave lesión de corazón.
Así que, aun si comprender apenas, supe salir de aquel entramado de gente
mayor, o quizás quedé prendida en él, engullida por un ser adulto que nadie me
había presentado.
Y en unos y otros enredos anduve en
Requena, donde vivía, o en Sinarcas, donde pasaba todos los veranos, hasta los 10 años, cuando mi padre aprobó una
oposición para conductor en la Diputación y nos trasladamos a Valencia.
Así quedaron atrás mis primeras
vivencias, mi primera mejor amiga, aquella primera pandilla, o la libertad de
andar sin riesgo por las calles, para pasar al “¡ten cuidado, que Valencia no
es Requena1”.
Mi vida se había enredado en algo
nuevo y desconocido, pero a pesar del vértigo y que separarme de Elisa me
resultó muy doloroso (estábamos muy muy unidas) creo que lo afronté con
valentía.
Y bien que me espabilé!! Tuve que habituarme rápido a cruzar mirando
los semáforos, a coger el autobús para ir al colegio, a tener el tiempo justo
para comer, a nuevos profesores, nuevas compañeras, nuevos amigos... ¡Eso sí que fue un lío, pero grande! Aunque creo que soy una persona que se adapta
bien a los cambios, así que tiré p’alante!!
Los nuevos enredos tenían
otros matices, otras caras. El primero surgió al tener que poner distancia
entre Requena y Valencia, me resistía a perder el contacto con lo que dejaba
atrás, así que enredaba a mi padre cada vez que íbamos a Sinarcas para que parásemos en el barrio para estar un
rato con mis amigos.
En apenas dos años mi vida se había
enredado con nuevas experiencias. Las cosas prácticas ya habían tomado su
sitio, y empezaron a entrar las del Espíritu, se me presentaron en el colegio,
y se incorporaron de un modo natural y sencillo en mi vida diaria. Conocí y
experimenté la oración personal, la oración comunitaria, la alegría de sentirme
hija de Dios y de tener un montón de
hermanos nuevos. Empecé a descubrir un Dios Padre-Madre, amoroso, paciente,
tierno, que olvidaba mis pecados y me acogía incondicionalmente.
Este Dios me enseñó también a Jesús, cercano y Superstar a la vez, el de las
Bienaventuranzas, el de la comunidad, el de los pequeños, el de la alegría...
Me trajo a Francisco de Asís, el
valor de la pobreza, de la humildad, del asombro ante la creación, la perfecta
alegría...
¡Fue el “Enredo Definitivo”! Porque este Dios me enredó con lugares y espacios donde la Vida del
Espíritu es la vida real, la cotidiana y la de los domingos, donde la música
acuna las relaciones, las comidas o la oración, donde el arte entra por los
poros y se expresa en los actos, las miradas, las paredes, el silencio...
MAS DE CABALLERO, LA CASA DE LA
CAÑADA, SANTA CATALINA DEL MONTE, ASÍS, PUEBLO DE DIOS, LA RENOVACIÓN
CARISMÁTICA, EDEN, EL MULTIFESTIVAL DAVID, EL RACÓ DE SANT FRANCESC,
TERRIENTE... ¡Había encontrado mi hogar!
Y me quedé allí, en el DIOS DE
LA VIDA, esa “casa de todos”,
habitada por personas diversas,
de lugares distintos, con experiencias diferentes que manan
todas de la misma FUENTE.
Y en estos líos andaba cuando Dios
trajo a mi vida el que me la iba a enredar ya para siempre, MARINO. Nos conocimos en uno de los
encuentros para jóvenes de los varios que se hacían cada año los franciscanos
en Santa Catalina del Monte (Murcia). Él vivía en Murcia, y estaba muy ligado a
los franciscanos. Yo venía desde Valencia con mi grupo de oración del colegio
(nos llevó otra gran persona muy importante en mi vida, Pilar Jiménez). Cuando
nos conocimos aún no lo sabíamos, pero Marino y yo teníamos muchas muchas cosas
en común... enamorados de Francisco y Clara de Asís, el Jesús liberador, la
música, la oración compartida...
encuentro tras encuentro, carta tras carta, lo fuimos descubriendo.
Y nos fuimos enredando, él a mí en
sus cosas y yo a él en las mías ¡todas nos entusiasmaban! Era fácil compartir
con él, porque teníamos un mismo sentir, tanto que ni la distancia ni el tiempo
pudieron acabar con la que teníamos montada. Así que, después de casi 9 años de
idas y venidas en autobús o en tren, viajes de 5 horas (o hasta 10 si era en el
borreguero), enredando a amigos y amigas
para dormir en sus casas o para poder hablar
por teléfono una vez a la semana, finalmente
¡nos liamos pero bien liados!
¡NOS CASAMOS!
Es fácil imaginar que nuestra vida
en común -antes y después de casarnos- ha estado bien lejos de ser tranquilita
y monótona... siempre hemos andado enredados en cosas, con personas y
proyectos. Quisimos que nuestra casa fuese también la casa de todos. Era raro
el fin de semana o las vacaciones, o semanas enteras (incluso meses) en que no
había en casa alguien conviviendo, con quien enriquecerse, hermanos de otros
grupos, de otras comunidades, de otros países, acogidos de prisión o de Proyecto
Hombre... ¡siempre un placer, una riqueza y un disfrute inmensos! Y del mismo
modo ha sido (y es) una gozada sabernos acogidos en las casas de todos. Es lo
que yo llamo “la comunidad deslocalizada”.
Nos enredamos con los carismáticos,
convivencias, encuentros, la oración semanal impregnada de cantos que expanden
el alma, despertando más y más a la vida del Espíritu. Participando en los
festivales vocacionales conocimos también una forma de cantar de Dios tan
abierta que nos parecía casi increíble: Alborada, Luis Alfredo, Rockangular,
los focolares con la Historia que Cambia... ellos fueron el germen de Edén.
Desde luego, todo aquello nos enredó
bien. Cuando los que luego serían los músicos de Edén regresaron del David de
Toledo, nos hablaron de más gente que vivía y expresaba su fe desde el arte,
desde aire fresco que el Espíritu: “¡Al
año que viene tenéis que venir todos!”
Y así fue, al año siguiente nos
embarcamos en el David de Alcalá... ¡madre mía! ¿Pero qué era aquello? Siro,
Alberto y Emilia, Brotes de Olivo, Migueli, Xaquín, Llovio, Sandalio y la
comunidad de los Hijos de la Paz, Pueblo de Dios, los Ashera, los Vivar, los
Urca, los encuentros de comunidades, la Roqueta, la Ruta de Gent Jove... ¡Tanto
y tanto de repente! Os podéis imaginar
lo fácil que resultó volver a enredarse con esa fuerza y ese entusiasmo que nos
arrastraba. Tal fue así que se generó un compartir fuera de lo que hubiéramos
esperado nunca. Comenzaron los conciertos en los que participábamos todos,
hasta el punto que mucha gente no sabía quién era quien, o qué canciones había
compuesto cada grupo: Brotes, Almudena, Alberto y Emilia, Migueli... ¡Eso sí
que fue un lío! Un lío maravilloso que
duró varios años y que creó lazos mucho más allá de la amistad, que en su gran
mayoría perduran hoy.
En medio de esa vorágine, apareció
Terriente como un bálsamo para la salud que en un momento dado sufrió un duro
revés. Los hermanos de san Juan de Dios que formaban la comunidad nos abrieron
a un modo de enfocar la vida y la salud como un todo inseparable: el cuerpo, la
alimentación, la espiritualidad, la mente, las emociones... no pueden ir
separados, y hay que tratarlos como un todo, en “modo persona”. Y Dios empezó a
tener para nosotros un sentido más UNO, la creación tiene el mismo valor que
una sola célula, la mente no tiene distinta importancia que las emociones, ni
al espíritu y al cuerpo hay que tratarles de diferente manera.
Fue un descubrimiento de tal
magnitud y hubo tal sinergia con los hermanos que en cuanto nos propusieron
formar una comunidad mixta (seglares y frailes) dedicada a trabajar con las
personas desde esa dimensión UNA, nos enredamos sin remedio. Y durante los años
que duró la experiencia fue una riqueza inmensa a todos los niveles, que marcó
nuestro modo de enfocarnos también como familia.
Poco después llegaron ellos: SAMUEL
y URIEL, dos ríos de agua viva que inundaron de luz nuestra existencia. ¡Ahora
sí que se nos había liado bien la vida!
Empezaban las noches sin dormir, las largas horas en urgencias, pero
sobre todo los juegos, el disfrute desinhibido, las risas, el gozo de tenerlos
en brazos, de darles de mamar... Siempre a ciegas (así es la educación de los
hijos) pero intentando dejarnos guiar por la pedagogía de Dios, han ido
creciendo y haciéndose a sí mismos. Y hoy los vemos orgullosos de en quiénes se
están convirtiendo, intentando seguir acompañando su camino y sus decisiones,
sabiendo que “no son nuestros hijos, son los hijos de la vida”.
Hasta hace 4 ó 5 años, el tiempo era
prácticamente para ellos, y sus líos desplazaron a otros líos, aunque no del
todo, porque, como un bumerang fueron regresando, con sus adaptaciones
correspondientes. Y los años trajeron nuevas caras, nuevos lugares, nuevas
iniciativas... la NAO, los EACs, Luces en la ciudad, ASSISI...
Los encuentros, las personas, los
proyectos de ahora se han ido enredando con los de antes, dando lugar, más que
a un enredo, a una GRAN RED, porque se van entrelazando entre sí unos y otros.
Y me encanta estar ahí, saberme en la red, ver cómo Dios hace y deshace y
sentirme instrumento, suyo y del mundo.
Releo cuanto he escrito y compartido
con vosotros, y me brota espontáneo el poema de Casaldáliga:
Al final del camino
me dirán:
“¿Has vivido? ¿Has
amado”
Y yo, sin decir
nada,
abriré el corazón
lleno de nombres.
¡GRACIAS, DIOS! ¡GRACIAS, HERMANOS! ¡GRACIAS, MADRE TIERRA!
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